El fracaso del animalismo radical: PACMA solo moviliza a 17 personas en Madrid.
En Madrid, apenas 17 personas respondieron a la convocatoria del partido animalista PACMA para protestar contra la exclusión del lobo del LESPRE (Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial). Una cifra que no solo evidencia la escasa influencia del animalismo en la sociedad actual, sino que refleja el hartazgo generalizado hacia sus ideas radicales y desconectadas de la realidad rural.

Este gesto, que pretendía ser una “protesta ciudadana”, ha acabado siendo una demostración del aislamiento ideológico de PACMA, un partido que se aferra a consignas trasnochadas que, hoy más que nunca, están lejos del sentir mayoritario de quienes conviven día a día con la naturaleza: cazadores, ganaderos y habitantes del campo.
La defensa ciega del lobo, sin matices, sin contemplar su impacto devastador en la ganadería extensiva y en la biodiversidad del entorno, no encuentra respaldo más que en los círculos ultraanimalistas subvencionados, que viven de las ayudas y no del trabajo diario en el campo. Resulta ofensivo que mientras los ganaderos entierran ovejas y luchan por mantener viva su forma de vida, se criminalice a quienes piden una gestión racional del depredador.
El control del lobo no es sinónimo de extinción, es sinónimo de equilibrio, de respeto por quienes mantienen el mundo rural vivo. Pero eso no interesa a quienes hacen política desde el asfalto y el activismo de teclado. Lo que vimos en Madrid fue, simplemente, un espectáculo ridículo: pancartas, eslóganes vacíos y mucha desconexión con el terreno.
En contraste, la sociedad cada vez entiende mejor la importancia de una gestión activa de la fauna, donde el papel de los cazadores es crucial. Cazar no es destruir, es proteger. Y proteger no es prohibir, es entender. El animalismo, cuando raya en el fanatismo, acaba siendo un peligro para el entorno que dice querer salvar.
Este tipo de movilizaciones testimoniales solo sirven para reforzar lo evidente: que el animalismo radical está de capa caída. Y que mientras unos hacen ruido, otros –los de siempre– siguen cuidando el monte, la ganadería y los ecosistemas. Porque el equilibrio no se grita, se trabaja.